sábado, 24 de julio de 2010

LA RELATORIA

La relatoría es un escrito utilizado en actividades académicas para expresar el dominio de un tema correspondiente a un documento de estudio, de un autor o de una obra.
La elaboración de una relatoría es el momento propio de escritura, resultante de la lectura de un texto, porque se requiere determinar todo lo que se considera citable, debido a la forma cómo me impactaron las ideas.
En cuanto al Proceso Lector, la relatoría nos ayuda a plasmar por escrito, la forma cómo nos dirigimos al autor, es decir, la forma cómo lo abordamos (en la misma forma como necesitamos saber de qué forma debemos dirigirnos a los demás. Lo mismo nos pasa con los libros)
En la relatoría tenemos la oportunidad de expresar, con qué herramientas (saberes) nos acercamos al autor y con qué actitud; acaso por obligación, por placer, por curiosidad... qué proceso se siguió para lograr este acercamiento, etc.
Características:
Una relatoría se identifica fundamentalmente por las siguientes características:
- No es un resumen, ni la simple unión de frases tomadas directamente del texto leído. Por el contrario es una construcción desde la apropiación de la temática.
- Implica un momento de aprendizaje.
- Requiere de constante retroalimentación.
- Hace posible el abordaje de uno o más textos de diferente autor.
- Da la oportunidad de expresar las modificaciones que los escritos operaron en nuestra actitud; porque como es sabido, siempre que se lee, algo tiene que haberse modificado en mi forma de pensar, en mi actitud frente a la vida, en el desarrollo de mi conocimiento...
Guía para su elaboración:
La elaboración de una relatoría, requiere de un sencillo proceso que consiste en el desarrollo de tres momentos básicos; cada uno de los cuales tiene algunas opciones para que usted elija la de su preferencia, según sus intereses e inquietudes particulares respecto del texto leído:
Una Relatoría se puede hacer según las orientaciones en referencia¾con contenidos de tres (3) hasta de once (11) puntos; Esto depende de la exigencia de quien la oriente.
Primer momento: SOBRE LA TEMATICA DEL TEXTO
En este punto usted puede:
1. Identificar una tesis: Entendida como aquello que el autor plantea, afirma, niega o defiende. No confundir con un resumen. Las tesis se redactan como si fuesen afirmaciones con indicios de ley. Enumérelas, si encuentra varias.Es una postura o un compromiso asumido por el autor del texto frente al tema por él abordado. No puede ser confundida ni con el tema (sobre lo que escribe), ni son un resumen global del texto.Es lo que estoy obligado a saber acerca de lo que el autor quiso expresar.Se sabe que nadie escribe para que los lectores sigan pensando igual.Es la identificación de las nociones, conceptos y categorías.Las nociones son ideas, en cambio los conceptos necesitan una forma más elaborada de expresión; la categoría es una forma clasificatoria de un elementoGeneralmente los autores escriben par
- Resolver una pregunta
- Redondear una idea
- Plantear algo para que se discuta
2. El desarrollo de la argumentación:
Es dar las razones que el autor utiliza para sustentar la tesis que propone y analizar la manera cómo las organiza. (Si no encuentra el numeral anterior, no puede existir argumentación)
3. Cuáles son las nociones y categorías centrales del texto.
Se debe tener en cuenta que los títulos y los subtítulos ayudan a establecer un diálogo entre el lector y el autor y viceversa. Ningún título es escrito al azar.
Una Noción es una idea susceptible de conceptualización y de manejo instrumental durante el desarrollo. Si se encuentran muchas nociones, se pueden categorizar. La categorización implica una construcción realizada por el lector, según su iniciativa y capacidad de observación
4. Cuáles son las conclusiones que propone el texto:
Son el resultado de la reflexión del autor desde la tesis por él propuesta. Estas pueden ser inquietudes, problemas, preguntas soluciones o conclusiones definitivas, se trata de establecer cuáles son y decir por qué. (Se enumeran)
En este caso, es usual que de cada momento se escojan los elementos más relevantes para expresarlos a manera de conclusión.
Segundo Momento:SOBRE LA ORGANIZACION DEL TEXTO
1. El sentido e implicaciones del título. Se refiere a sus expectativas desde el momento en que leyó el título. ¿Qué esperaba encontrar en el contenido a partir de éste?
2. Elaborar una reconceptualización. Para esto es necesario plantear el sentido del discurso y sus implicaciones; elaborar un texto haciendo uso de un lenguaje propio para el tema y para la profundidad del escrito. En la reconceptualización es posible elaborar mapas conceptuales, también se puede optar por esquemas mentales que se caracterizan por tener:
- Unos conceptos generales.
- Niveles jerárquicos que los identifica.
- Posibilidad de relaciones directas o cruzadas.
3. Referencias al uso del lenguaje y sus implicaciones en la temática expuesta en el texto.
Tercer momento: SOBRE SU PROCESO DE LECTURA
Se trata de indagar por la Proyeccióny aplicabilidad del escrito, para lo cual es necesario expresar
1. Qué nuevas ideas descubrió para Usted. ¿Qué necesidades personales surgen a partir los planteamientos del autor?
2. Qué no entendió del texto. Se deben enumerar tales aspectos, argumentando las posibles razones por las que no se entendió.
3. Qué citaría del texto. Es posible que al leer el texto nos haya impactado algún párrafo, bien sea por bello, por contundente, por novedoso... etc. en tal caso transcríbalo.
4. Cuál fue su proceso de lectura. ¿Cómo abordó la lectura? Es la descripción del estado de ánimo que le acompañó durante la lectura, al principio, durante el desarrollo o en la parte final del período dedicado a la lectura.
La evaluación:
Frente a la evaluación de una relatoría se suelen observar los siguientes aspectos:
- El esfuerzo y laboriosidad. - La creatividad (recursividad)
- La coherencia, es decir la organización e interrelación adecuada de sus componentes.
- La cohesión. O sea lo que permite que la relatoría no aparezca como un agregado de elementos aislados. Para esto se requiere que las partes estén unidas, que las transiciones estén bien hiladas, que se hayan utilizado unos buenos conectores.
- La concreción, es la característica que permite que lo que se pueda expresar con diez palabras, no se exprese con doce o quince. Ejemplo de relatoría:
“LOS CUATRO VIENTOS”
BIOGRAFÍA.
Dan Yaccarino ha escrito e ilustrado más de tres docenas de libros para niños y ha tenido el placer de trabajar con algunos de los nombres más prestigiosos de la literatura infantil, como Margaret Wise Brown, Jack Prelutsky, Kevin Henkes y Naomi Shabib Nye. Dan también ha tenido el honor de ser invitado a la Casa Blanca para compartir sus libros y participar en las festividades anuales de Pascua, creó y produjo la serie animada de Nickelodeon, Oswald, así como la Wild Life Willa próximo. En la actualidad, Dan sigue escribiendo e ilustrando más libros y se está desarrollando más en televisión.

TESIS.
La tesis expuesta por el autor Dan Yaccarino es tener más en cuenta lo que pasa fuera de nuestras mentes, es aprovechar el tiempo que pasamos con nuestros padres, amigos, hermanos, que dediquemos tiempo para conocer el mundo y lo que nos rodea. Para el autor es importante que los niños tengan sueños y los hagan realidad, que tengan miedos que después los vencerán, para él es fundamental que los padres no se dediquen solo al trabajo, si no que también a sus hijos y al tiempo que le dedican a ellos. Lo que el autor Dan Yaccarino nos da a entender en esta obra, es que hay que creer en los sueños por muy tontos que sean, ya que lo que realmente importa no es el sueño, si no la enseñanza que este puede dejar a tu vida.

ARGUMENTACIÓN.
- La obra se basa en hechos pensados e imaginados por el autor.
- Se puede observar que el autor Dan Yaccarino utilizo mucha imaginación para la creación de esta obra.
- Mediante lo que cada lector puede interpretar después de leer.
- Lo que se puede leer, aunque la obra trabaja la imaginación, también se presentan hechos reales.
- La obra trabaja los sueños y los miedos, enseñando a superarlos y a hacerlos realidad.

NOCIONES CENTRALES DEL TEXTO.
En esta obra, el autor combina mucho lo real, y lo ficticio.

- LO REAL:
En una familia pasan muchas cosas, peleas entre hermanos, la poca atención de los padres, la desunión de esta, etc. Estas son muchas de las problemáticas que se manejan en la obra, pero también se trabaja el amor, la compresión de unos a otros y los sueños.

- LO FICTICIO:
La desaparición de los padres de Mateo después de que el gritara a los cuatro vientos, el recorrido que Mateo hizo junto a su hermana Paula, los increíbles personajes que conocieron en la travesía, los viajes en el hielo, en las nubes y el regreso a casa, en esta obra todo es tan ficticio, pero real a la vez, que motiva al lector a seguir leyendo.

CONCLUSIONES QUE PROPONE EL TEXTO.
Con la imaginación se pueden crear tantas cosas, solo con desearlo se hará realidad, el autor nos lleva a darnos cuenta de lo importante que es tener sueños, hacerlos realidad y sentirse feliz con eso. Es vital explorar todo lo que nos rodea como niños chiquititos, sin importar que tan grandes seamos, con tal de hacerlo y conocer cosas buenas que nos llenen el alma. Debemos aprovechar todo el tiempo que tenemos, distribuirlo en lo que nos gusta hacer y con quienes nos quieren apoyar siempre.

ORGANIZACIÓN DEL TEXTO.
La obra “Los cuatro vientos”, de Dan Yaccarino se distribuye en once capítulos cortos, donde cada párrafo deja una linda enseñanza. El lenguaje que se maneja en la obra es sencillo, ya que el libro es más infantil que juvenil, por lo tanto no tiene complejidad para ser analizado.

- RELACIÓN DEL TÍTULO CON EL TEXTO:
El titulo “Los cuatro vientos” tiene mucha relación con el texto, ya que Mateo un niño pequeño, estando un día enojado con su madre, grita a los cuatro vientos que ella y su padre desaparecieran, a la mañana siguiente ya no estaban. Después de varios días solo con su hermana, estos deciden ir a buscar a sus padres donde los cuatro vientos, cuatro señores: gordos, flacos y feos que tenían a los padres de Mateo trabajando como dos esclavos. Después de tanto luchar y ganarle a los cuatro vientos deciden volver a casa juntos y felices.

- INQUIETUDES:
La obra los cuatro vientos me dejo algunas inquietudes como: ¿Por qué mamá y papá siempre estaban pegados al teléfono?, ¿Por qué los cuatro vientos eran tan malos?, estas son inquietudes que no pude resolver después de leer, pero si pude analizar ¿Por qué Mateo y Paula peleaban constantemente?, Mateo y Paula vivían en constantes peleas, porque necesitaban la atención de sus padres, que estuvieran hay cuando los necesitaran, pero no para ir de compras, si no para compartir con ellos.

- PROCESO LECTOR: Mi proceso lector fue de dos días. Me empecé a leer la obra y la deje en pausa, al cabo de unos días la retome y termine de leer lo que me hacia falta en unas cuantas horas.

- PUNTO DE VISTA:
Mi punto de vista hacia la obra es muy positivo, me encantan las obras que nos inspiran a soñar y a crear. Los cuatro vientos es una obra tan divertida que lleva al lector a imaginarse cada situación que se presenta en estas, es tan buena que en cada capítulo le permite al lector sacar una enseñanza.

- La enseñanza que me dejo esta obra es que a pesar de tener miedos hay que saber afrontarlos, saber luchar contra ellos, no dejarnos vencer. Es importante lo que soñamos y lo profundo que pueden llegar a ser los sueños, lo que aportamos a los demás es tan importante que debería ser lo primordial en nuestras vidas.

- NUEVOS APRENDIZAJES:
Aprendí a estar más atenta de las cosas que son realmente importantes en mi vida, que los sueños mas irreales, son los que nos dan más esperanza, pero sobre todo aprendí lo importante que es valorar a quienes nos rodean y cada día nos enseñan que el ser agradecido es la mejor virtud que cualquiera puede tener.

miércoles, 7 de julio de 2010

LA VENTANA

No sé si comenzar por describir la habitación del hospital o las dos niñas que la ocupaban. Acaso cabe hacer ambas cosas al mismo tiempo, pues los rostros de las niñas participaban de la blancura de las paredes, las colchas de hilo y la mesita de noche que se hallaba entre las dos camas; o eran los objetos los que estaban impregnados de la mortal palidez de las niñas. Parecía como si aquellas dos cabecitas estuvieran dibujadas en las almohadas o como si estuvieran hechas de la misma sustancia que la habitación del hospital.Sus nombres eran Marta y Juanita. No dudéis de que aquellas dos niñas eran más bonitas que las demás niñas. Quizás su belleza era prestada, pues se sabe que la proximidad de la muerte, que a los viejos afea, embellece a las niñas.Marta había nacido con el corazón cansado, una enfermedad que aún no tenía un nombre, pero que los médicos echaron en el saco de las "esclerosis". Eso poco importa. El caso es que los médicos la mantenían viva con inyecciones diarias, masajes y corrientes eléctricas.Pero la vida de Marta dependía sobre todo de un frasquito de píldoras que estaba siempre sobre la mesita de noche. Cuando notaba que se le paraba el corazón, tenía que andar lista para echarse a la boca una píldora de aquellas. Resultaba engorroso, pero vivir era lo principal. Únicamente aquel frasquito con píldoras encarnadas y un libro de cuentos lleno de color cobraban alguna realidad en aquel universo inconsistente. A Juanita, en cambio, no le importaba morirse. Nadie sabe lo que es notar que el mal te va trepando poco a poco por las piernas. Es como si te fueras hundiendo despacito en arenas movedizas. La parálisis ya le llegaba a la cintura y, hoy por hoy, no había forma de detener el proceso criminal en aquel cuerpecito desvalido. Juanita tenía cerrado el horizonte, como se dice. La noche que trajeron a Juanita, Marta dormía. Juanita se despertó muy temprano. El dolor de huesos no le permitía dormir largo tiempo. Además, ya entraba luz por la ventana.La habitación tenía una sola ventana que estaba junto a la cama de Marta. Una luz que ya era blanca antes de atravesar los cristales, iluminaba la cara de Marta y su muñeca. No he dicho que Marta tenía una muñeca que cerraba los ojos y que alguna vez también tomaba píldoras, pues las muñecas de las niñas que padecen del corazón se fatigan a menudo. —¿Cómo se llama? —preguntó Juanita.Marta se despertó y se sentó en la cama para contemplar mejor a su nueva compañera. Estupendo. Llevaba mucho tiempo sola. Aquella cama había estado vacía desde que se llevaron a Luisa, la niña que le dejó la muñeca antes de morirse. —¿Cómo se llama? —volvió a preguntarle Juanita, señalándole la muñeca. —Luisa —repuso Marta con cierto orgullo. Por los ojos con que la nueva niña la miraba, debía estar muy envidiosa de su muñeca—. Luisa no debe levantarse de la cama porque se fatiga —añadió—. Pero si quieres, puedes venir a jugar con ella. —Ahora no —respondió Juanita—. No me gusta levantarme temprano de la cama.Aquella mañana pasaron por allí los médicos vestidos de blanco y las enfermeras con las inyecciones. Todos sonrieron a las niñas y les dijeron que se portaran bien. Juanita no quería que la cuidasen. Solo quería estar sola. En toda la tarde no dirigió la palabra a su compañera y, por la noche, se durmió temprano.La despertó un extraño ronquido, como de alguien que respiraba con dificultad. Tiró del cordoncito de la luz y vio a su compañera precipitarse sobre el frasquito de píldoras que estaba en la mesita de noche. —¿Qué te ocurre? —preguntó Juanita.—Me ahogo —respondió Marta—. Pero no te asustes. Se pasa pronto. Permanecieron despiertas largo rato. Juanita aguardó a que la respiración de Marta se apaciguase, para preguntarle: —¿Te sucede muchas veces?—Oh, no —repuso Marta con cierta rotundidad, como quien rechaza una ofensa. —¿Y te duele mucho?—Vamos a dormir —respondió Marta, a la que no le gustaba hablar de aquello. Y para restar gravedad al asunto, añadió—: Además, cuando me sucede, me tomo una de estas píldoras y ya está.—Si lo hubiera sabido me hubiera levantado de la cama para ayudarte —repuso Juanita, a modo de disculpa.Marta pensó que su nueva compañera era una de esas niñas perezosas que siempre ponen disculpas para no moverse de la cama. Pero también pensó que quizá fuese una niña que se fatigaba aún más que ella, y no podía siquiera moverse de la cama. Por eso le dijo que, si se fatigaba, podía tomar una píldora de su frasquito. —Yo no me fatigo —respondió altivamente Juanita. Pero no pudo menos de terminar la frase—. No me fatigo porque no puedo andar. —¿Y no hay píldoras para que andes? —le preguntó Marta. Ahora era Juanita la que quería dormir.Marta se quedó pensativa. Había juzgado mal a su compañera. Pero quizá podría ayudarla. Le tendió su muñeca. —Puedes jugar con ella —le dijo.—No la necesito —respondió Juanita.La luz de la ventana despertó a Juanita. Le extrañó que no hubiese ruidos en la calle. Miró a Marta que aún dormía y a su muñeca con los ojos cerrados y al frasquito de píldoras que a Marta le libraba de la muerte.Lo primero que hacía Juanita cada mañana era tocarse las piernas. Al principio le preocupaba el progreso de la parálisis. Ahora era casi un alivio comprobar la rapidez con que la insensibilidad avanzaba. No aguardó a que Marta despertase para preguntarle por qué no había ruidos en la calle. —Sí los hay —respondió Marta desperezándose y poniendo de pie a su muñeca para que abriera los ojos—. Lo que pasa es que aquí no se oyen, porque la ventana tiene doble cristal para que no entre el frío.Marta peinó a su muñeca y le cantó una canción, mientras aguardaba el desayuno que llegó en seguida. Lo trajo en un carrito una enfermera sonriente, que les dio los buenos días, accionó la palanca que elevaba la cabecera de las camas y se fue diciéndoles: —Tenéis que coméroslo todo. Poca mella hizo aquella advertencia en el ánimo de Juanita. Se cruzó de brazos delante del desayuno para exteriorizar su decisión de no probar bocado. —¿Por qué no comes? —le preguntó Marta.—No me apetece —repuso Juanita.—Si no comes te morirás.—No me importa —repuso Juanita. Marta comenzó a desayunar en silencio, mientras miraba por la ventana.—Estoy segura —dijo— que te tomarías el desayuno si tú fueras aquel perrito cojo.—¿Qué perrito cojo? —preguntó Juanita. —Uno que está ahí abajo.Hubo un largo silencio antes de que Juanita preguntara: —¿Y qué hace?—Anda metiendo la cabeza en los cubos de basura —respondió Marta—. Debe tener mucha hambre. —¿Está cojo? —preguntó Juanita de nuevo.Marta afirmó con la cabeza.Juanita aún tardó un rato en comenzar a tomar el desayuno. Nunca se le hubiera ocurrido que un perro cojo pudiera tener ganas de vivir. Debía tener mucha hambre, para meter la cabeza en los cubos de basura.A la mañana siguiente, lo primero que preguntó Juanita al despertar fue si estaba el perrito cojo comiendo de los cubos de basura. Marta miró por la ventana para comprobarlo.—No está —respondió. Y al ver que Juanita se entristecía, añadió: Seguramente habrá encontrado un dueño.Juanita pasó la mañana sin dirigir la palabra a su compañera. ¿Quién le había dicho a aquella tonta que los perros cojos encuentran gente que se preocupe por ellos? Este pensamiento la martirizó hasta tal punto que, a la hora de comer, no pudo menos que decir: —A los perros cojos nadie los quiere.—Eso no es verdad —repuso Marta—. Algunos días veo un niño con su perro cojo, que es muy juguetón.Juanita pareció interesarse por la historia. Miró a Marta con ojos extasiados.—Mientras el niño echa el anzuelo desde el puente —prosiguió Marta—, el perro se dedica a perseguir a los patos, que se van al agua corriendo, como si viesen al demonio.—¿Cómo es el puente? —preguntó Juanita.Marta miró por la ventana, para describirlo mejor: —Está hecho con troncos y clavos, como cualquier puente.Juanita terminó de comer y cerró los ojos para imaginárselo mejor. Se durmió pensando que si algún día se curaba, ella también tendría un perro y se iría a pescar desde lo alto de un puente. Cuando se despertó ya era casi la hora de la cena. Nunca había dormido tanto rato seguido. Tampoco le dolían los huesos. Ahora le surgió otra pregunta: —¿A dónde lleva el puente?La pregunta desconcertó a Marta, que estaba leyendo su libro de cuentos. ¿A dónde iba a llevar? Al parque. La vida en el parque comenzaba a media mañana, es decir, a la hora en que llegaba el hombre de los bigotes con los globos. Esto no significaba que hasta esa hora no se abrieran las flores o no cantaran los pájaros. Pero de nada sirve que las flores se abran o que los pájaros canten si no hay nadie allí para presenciarlo. Y la gente no iba al parque hasta que llegaba el hombre de los bigotes con los globos. Por lo tanto, hasta ese momento no podía decirse que comenzara realmente la vida en el parque. —Es un hombre muy bueno —explicó Marta—. Se pasa el día inflando globos y sonriendo a la gente. A Juanita, en cambio, no le pareció que el hombre de los bigotes fuera tan bueno. Atar los globos con hilos es como encerrar pájaros en jaulas. —Si fueras globo, ¿te gustaría que te tuvieran atada? —preguntó Juanita.Marta se quedó pensativa. Visto así, a Juanita no le faltaba razón. Pero había algo bueno en el hombre de los bigotes. —Hace vivir a los globos llenándolos de aire —dijo Marta, llenando de aire también sus propios pulmones.Aquel día, el hombre de los bigotes había llegado más temprano: justo después de que la enfermera retirara las bandejas del desayuno. Y mientras hinchaba los globos, se le escapó uno de color blanco, con orejas de conejo, que subió por los aires como si se tratase de un santo que se va al cielo.—Es bonito verlo subir y subir —dijo Marta.Juanita miró para la ventana. Quizás algún día pasara por delante de la ventana uno de aquellos globos escapados de las manos del hombre de los bigotes.—¿Qué más hay? —preguntó Juanita.—Hay un niño muy gordo que quiere pegar a una niña, pero la niña le da un empujón y lo tira al agua —dijo Marta—. Como es tan gordo, tienen que ir en una barca para sacarlo del agua.Marta observó a Juanita. Era la primera vez que la veía sonreír.—Sigue —le rogó Juanita, con la mirada fija en el techo.Pero que no pensara Juanita que únicamente había niños en el parque. También había abuelos, que se montaban en los columpios cuando no les veía nadie. En ese momento había dos abuelos columpiándose. Eran unos abuelos muy traviesos. Sin duda sus hijos les reñirían cuando llegaran a casa.—¿Qué más? —preguntó Juanita.Marta se fatigó tanto aquella mañana, contando todo lo que sucedía en el parque, que la enfermera que trajo la comida le prohibió hablar por el resto del día. Pero Marta no pudo estar callada. Porque lo realmente bueno, lo bueno de verdad, sucedía por la tarde. Cuando no había títeres en el quiosco, había música. Incluso alguna vez pasaron por allí el tragasables, el faquir y los enanitos saltimbanquis. Había que verlos dar volatines en el aire y caminar por un alambre.Hoy era jueves, los jueves venía la banda de músicos, con sus zapatos de charol, sus dos filas de botones y sus gorras de plato. El más flaco de todos tocaba el bombo, y uno muy bajito tocaba una trompeta retorcida como un caracol, y los platillos dorados brillaban cada vez que chocaban en el aire por encima de sus cabezas. ?A Juanita la despertó el ruido de los cubiertos. La enfermera le dio los buenos días y Juanita se alegró de verse delante del desayuno. Tenía mucha hambre. Marta, en cambio, llevaba largo rato despierta. Aquella mañana, mientras Juanita dormía, había tenido tiempo de peinar a su muñeca, mirar por la ventana y leer su libro de cuentos. —¿Crees que hoy también se escapará uno? —preguntó Juanita.—¿Un qué? —dijo Marta.—Un globo.Marta le explicó que todo podría suceder: que se escapara de nuevo un globo o que volvieran los abuelos traviesos. Pero que lo mejor de todo era que cada día sucedían nuevas cosas en el parque. Por ejemplo, esta mañana había estado el jugador de golf. Venía a menudo con su bolsa de bastones al hombro. Pero lo más curioso era que jugaba sin pelota. Era divertido verlo. Tomaba uno de los bastones, balanceaba el cuerpo y golpeaba con todas sus fuerzas una pelota imaginaria.—¿Por qué juega sin pelota? —preguntó Juanita.Los verdaderos motivos los desconocía Marta. Quizá solo quería hacer gimnasia, o quizá tenía miedo de pegar a alguien con la pelota. Pero lo hacía tan bien que había que fijarse mucho para darse cuenta de que jugaba sin pelota.Marta no paró de hablar en toda la mañana, pues vino mucha gente al parque: la mujer que daba de comer a las palomas con la boca, el hombre que paseaba unos trillizos en una silleta triple, la señorita del paraguas cerrado, que no lo abría con la lluvia ni con el sol.Juanita estaba feliz. Imaginando, imaginando, se le habían agrandado los ojos. En el centro de sus oscuras pupilas se reflejaba nítidamente el cuadradito de aquella luminosa ventana. Marta se fatigó tanto que, después de comer, por poco se muere. Juanita se llevó un buen susto. Pero gracias a las píldoras que estaban sobre la mesita de noche, Marta recuperó la respiración. Luego se quedó dormida. Juanita aguardó impaciente a que Marta se despertara, pensando que podían llegar, de un momento a otro, el faquir, o los enanos saltimbanquis, o vaya usted a saber quién. Marta se despertó al oír su nombre, pero apenas podía hablar. Se hallaba muy cansada.La tarde la pasó Juanita en silencio, pensando en el bullicio del parque, en la banda de música y en el teatrillo de los títeres, hasta que la ventana se oscureció. Las sombras invadieron también el alma de Juanita. Ella lo daría todo por poder ocupar la cama de Marta. Se lo dijo a la hora de cenar, pero Marta no se compadeció: —Soy más antigua que tú en esta habitación —le respondió— y me corresponde estar junto a la ventana. Juanita se echó a llorar. Entonces, Marta trató de consolarla, prometiéndole que le contaría siempre todo lo que pasara en el parque.—No quiero volver a hablar más contigo —fue la respuesta de Juanita.Aquella noche volvieron a dolerle los huesos a Juanita. Se despertó muy temprano, aun antes de que la luz entrara por la ventana.Cuando Marta abrió los ojos, ya era de día. Lo primero que hizo fue mirar por la ventana. Pero, perversamente, esta vez no dirigió la palabra a Juanita, sino a su muñeca. Mientras la peinaba, le contó lo que sucedía en el parque. Juanita se tapó los oídos con las manos para no escucharlo.Después de desayunar, Marta se puso a leer inquietamente su libro de cuentos. Toda la mañana estuvo esperando que su compañera le preguntara lo que sucedía en el parque. Pero Juanita guardó silencio con los dientes apretados. Marta no pudo aguantar más: —¿Quieres que te cuente lo que sucede en el parque? —le preguntó al fin.—No —repuso Juanita.—¿Quieres que te deje mi libro de cuentos? —le dijo Marta. —No.—¿Qué quieres entonces?—Que me dejes tu cama.—Eso no puede ser —repuso Marta contrariada.—Por favor —volvió a llorar Juanita, muy consciente de que si ella pudiese caminar, no necesitaría rogar de aquella manera tan humillante.Las dos niñas se sumieron en un silencio amargo que duró el resto del día. Después de cenar, la enfermera les apagó la luz y les deseó buenas noches. Juanita y Marta permanecieron largo rato despiertas, sintiendo cada una en su conciencia la dolorosa vigilia de la otra. La primera en dormirse fue Marta. Noche penosa la de su agotado corazón. Las pesadillas cayeron sobre él en imágenes de avechuchos hambrientos. Oyó graznidos horrorosos, vio picos curvos y garras ensangrentadas. ¿Qué era aquello? Alguien le clavaba las uñas en la garganta. Se despertó sin aliento, sintiéndose morir. La habitación estaba en silencio. Nadie le aferraba la garganta. Los picos y las garras solo habían sido un mal sueño. Pero le faltaba el aire. Alargó el brazo hacia la mesita de noche, como otras veces, para alcanzar las píldoras que le daban la vida. Palpó la oscuridad primero con inquietud, luego con desesperación. El frasquito no estaba allí. Intentó encender la luz, llamar a Juanita, tocar el timbre, gritar. Todas las especies se abrieron paso por la existencia con las garras por delante. Lo principal es vivir. Si a Marta le faltaba el aire, a Juanita le faltaba la luz. Aquella ventana había orientado inexorablemente su rumbo, como la llama de la candela orienta el vuelo de la mariposa. Juanita no se movió en toda la noche, no se atrevió a encender la luz. Aguardó con la respiración contenida a que llegase la madrugada, para ver a su compañera muerta.Los primeros resplandores recuperaron de la tiniebla las formas, luego los colores. Marta yacía casi fuera de la cama, como un globo desinflado. Tenía los ojos abiertos, blancos, que miraban a Juanita sin mirarla. Un brazo escuálido, que a Juanita le pareció más largo que lo normal, colgaba hasta el suelo. Entre sus dedos crispados, había un trozo de la blusa que la niña, en su ansia por respirar, se había arrancado del pecho. Junto a ella, su muñeca aún dormía. Juanita puso de nuevo el frasquito de píldoras en la mesita de noche, de donde lo había quitado cuando sintió que Marta se ahogaba. Ahora solo tenía que aguardar a que llegase la enfermera, que tardó un siglo. Por fin oyó que se aproximaba el carrito del desayuno. Entonces Juanita se hizo la dormida.Con los ojos cerrados aguardó a que la enfermera gritase. No se imaginó que las enfermeras no gritan por esas cosas. Sencillamente, la enfermera recogió el cuerpecito dislocado de Marta y lo recompuso sobre la cama como quien pliega una camisa. Luego le cerró los párpados y le arregló los cabellos. Ni siquiera necesitó tomarle el pulso para saber que estaba muerta.Dos hombres se llevaron a Marta y a su muñeca en una camilla, como si la muñeca también se hubiera muerto. Luego se llevaron las sábanas y el colchón. Los hombres caminaron todo el tiempo de puntillas. No hacer ningún ruido, para no despertar a Juanita, fue consigna de la enfermera.Juanita sabía lo que aquella mujer estaba pensando cuando le puso el desayuno delante: que había sido una suerte que ella aún no se hubiera despertado. Y Juanita tuvo la precaución de preguntar lo que hubiese preguntado de ser cierto aquello: que dónde estaba Marta.—Se curó —repuso la enfermera— y se fue a su casa.La enfermera tomó el frasquito de píldoras de la mesita de noche y se dispuso a salir. Pero se volvió desde la puerta. A Juanita le dio un vuelco el corazón. Quizás aquella mujer había descubierto algo. La enfermera caminó pensativa hacia la mesita de noche y tomó en sus manos el libro de cuentos.—Se me olvidaba —agregó—. Marta me dijo que podías quedarte con su libro de cuentos.La enfermera se dispuso a salir, pero ahora fue Juanita la que la retuvo.—¿Cuándo me van a cambiar de cama? —preguntó resueltamente. Y ante la duda de la enfermera, agregó—: Marta me dijo que la más antigua ocupa el lugar de la ventana.—Lo consultaré —se limitó a decir la enfermera antes de abandonar la habitación.Cuando volvió para retirar la bandeja del desayuno traía buenas noticias: —Hoy mismo podrás ocupar la cama de Marta.Tardaron toda la mañana en traer un colchón, como si no hubiera prisa en trasladarla a su nueva cama. Por la tarde trajeron las sábanas y una almohada nueva. Para cuando vinieron los dos hombres a trasladarla, ya había anochecido. A Juanita le hubiera gustado pasar la noche despierta, para ver amanecer sobre el parque. Pero quedarse dormida fue casi tanto como estar despierta, pues soñó que amanecía y vio al perrito cojo y al hombre de los globos y al extraño jugador de golf.La despertó una claridad desusada. La luz de la enorme ventana vertió sobre sus ojos todo el raudal de emociones que contenía. Nunca había sentido Juanita su corazón tan desbocado. Cerró los ojos para dilatar un instante el placer de aquella apasionada sensación. Luego, respiró profundamente, los abrió, e inclinó la cabeza para ver el parque. Pero detrás de aquella ventana no había nada. Solamente una tapia blanca. German Sanchez Espeso.

martes, 6 de julio de 2010

PALABRAS OCULTAS

En el párrafo siguiente hay veintidós nombres de hombre escondidos, encuentra mínimo diez y escribe algo sobre uno de ellos.
Surcar los mares sin equipaje, susurrar amores imposibles... aquel día que me hablaste de tu poesía lució como nunca el ángel de tu rostro. Nada, ni nadie podría hacerte renunciar a la alegría que te impregna, que da vida a las frágiles palabras que surgen sin cesar de tu alma melancólica. Si no expresaras la armonía que invade todo tu ser, te consumirías en el lodo negro de la tristeza. Cuanto más lejos envíes tus sentimientos más enriquecedor será el perfecto regalo de las musas. Te imagino recostada en tu diván favorito, recreando versos, soñando despierta con nuevas metáforas que luego esconderás en el rincón más íntimo de tu armario. Con tus poemas y tus modestos ripios... ¡qué feliz eres Isabel!
En el párrafo siguiente hay dieciséis nombres de mujer escondidos, encuentra mínimo diez y escribe algo sobre una de ellas.
El enamorado Mariano, natural de Andalucía y su jefe Juan Andrés, natural de Galicia, ya no hablan cada mañana de la crisis económica. Sus análisis financieros agravaron la inestable situación. Como Mariano se siente valiente ha decidido regresar a su pueblo para empezar aquel interesante negocio que siempre había soñado. Quiere ser feliz.

LA VENTANA SELLADA

En 1830, a pocas millas de lo que hoy es la gran ciudad de Cincinnati, había un gran bosque casi virgen. La región entera estaba poco poblada y quienes allí vivían eran gentes de la frontera, espíritus pioneros que después de alzar cabañas bastante confortables en la tierra conquistada al bosque, y después de alcanzar una prosperidad que hoy no nos parecía tal, sino pura indigencia, abandonaban todo, empujados por una cierta inquietud, por algo misterioso aunque probablemente debido a su afán de aventura, para dirigirse al oeste y hacer frente a nuevos peligros y a mayores privaciones, hasta conquistar esas escasas comodidades que habían abandonado. Muchas de aquellas gentes ya se habían marchado hacia tierras remotas, pero permanecía en la región uno de los primeros hombres en llegar. Vivía solo en una cabaña hecha de troncos y rodeada no ya de bosque sino de selva, podría decirse... La cabaña de aquel hombre parecía formar parte del bosque, de tan silenciosa y oscura; y él mismo. Nadie le había visto jamás esbozar una sonrisa y nadie le había oído decir nunca una palabra de más, ni mucho menos una lisonja. Satisfacía sus pocas necesidades mediante el trueque o la venta de pieles de los animales que cazaba, una actividad a la que se dedicaba, pues nada cultivaba en aquella tierra que, por derecho, podría haber llamado suya sin que ninguna autoridad pudiera reclamársela. El hombre, en cualquier caso, no era un tipo de esos que se abandonan; había hecho mejoras tales, alrededor de su casa, como despejar un espacio de bosque mediante la sencilla aunque dura tarea de tirar con su hacha algunos árboles, de manera que los troncos y las raíces ya podridas de aquéllos se vieron cubiertas de maleza con el paso de los meses. Era conocido que aquel hombre no es que no se preocupara de la agricultura, sino que mostraba cierto desdén hacia los agricultores.Su cabaña, en la que tenía una buena estufa de leña para calentarse en invierno, una cabaña de techo de tablones sostenidos por vigas transversales, y con los troncos de las paredes recubiertos de barro agrietado con el paso del tiempo, tenía sólo una puerta y una ventana. La ventana, sin embargo, quedó tapiada muy pronto, por decisión del huraño habitante de la cabaña, a tal punto que nadie recordaba haberla visto abierta alguna vez; en realidad casi nadie recordaba haber visto allí una ventana. Y no es que a aquel hombre le disgustasen la luz diurna o el aire puro y vivificante; en las pocas ocasiones en que cualquier otro cazador de la región se adentraba por aquel lugar en lo más profundo del bosque, había visto al huraño tomando el sol a la puerta de su casa, con el rifle descansando sobre sus piernas. Supongo que son pocos los que conocen el secreto de aquella ventana. Yo sí. Hablaré de ello. Decían que se llamaba Murlock. Aparentaba unos sesenta años, aunque sólo tenía cincuenta. Algo que no eran precisamente los años había contribuido a hacer que el tiempo se le echara encima, envejeciéndolo. Tenía largos el cabello y la barba, muy grises; sus ojos, de un azul grisáceo y muy apagados, parecían hundidos en sus cuencas; su rostro, completamente surcado por arrugas muy profundas que parecían pertenecer a sendos sistemas convergentes, en cualquier caso, era el que mejor se hubiera podido imaginar para su delgadez y su gran estatura. Tenía los hombros caídos, como los hombres que se han desempeñado mucho tiempo cargando y descargando en los muelles.Yo nunca lo vi, debo decírselo antes que nada; todo lo que sé de él me lo contó mi abuelo, gracias al cual supe también su historia. Mi abuelo incluso lo tuvo por vecino un tiempo, antes de que el huraño decidiera levantar su cabaña en lo más apartado del bosque. Un día encontraron a Murlock muerto en su cabaña. No era un tiempo en el que abundaran los periódicos, ni mucho menos los forenses, por lo que supongo que todo el mundo pensó que había muerto por causas naturales. De no ser así, me lo habrían dicho y supongo que aún lo recordaría, tengo buena memoria... Sólo sé que, gracias a lo que probablemente era simple sentido común, su cuerpo recibió sepultura cerca de la cabaña que había habitado, donde él, a su vez, había enterrado tiempo atrás a la que fuera su esposa; tanto tiempo atrás que apenas le recordaba ya nadie cuando murió Murlock. Con su muerte, pues, se cierra el capítulo final de su historia. Aunque años después, acompañado por un alma igualmente audaz, entré en el bosque y me aproximé lo suficiente a la cabaña abandonada y casi a punto de irse al suelo, para tirar una piedra y alejarme a toda prisa, como hacen los niños bien informados acerca de la existencia de fantasmas en las casas abandonadas. Hablemos, sin embargo, de algo más importante, de aquel capítulo referido a Murlock que me contó mi abuelo. Cuando el hombre levantó la choza y empezó a emplearse con el hacha enérgicamente para hacer un claro, cosa a la que se dedicaba cuando dejaba descansar el rifle que le daba de comer, era joven, fuerte; incluso albergaba ciertas esperanzas, como cualquier aventurero en tierras extrañas e inhóspitas. En la región del este de la que provenía se había casado, como era costumbre en aquel tiempo, con una joven digna, desde luego, de la mayor de sus devociones. Aquella mujer compartía con él peligros y privaciones, siempre con el mejor espíritu y el corazón alegre, henchido también de esperanzas. No sabemos cuál fue su nombre. La tradición, por lo demás, guarda silencio a propósito de sus encantos físicos, por lo que cada cual es libre de creer o no que los tenía.Pero no permita Dios que yo comparta esas dudas. De su alegría, probable consecuencia de su belleza, hay testimonios suficientes por lo que sabemos de la vida de Murlock una vez quedó viudo. Sólo el magnetismo de un recuerdo imborrable pudo haber encadenado su espíritu siempre aventurero a aquel lugar, una vez que ella su hubo ido. Un día regresó Murlock de cazar en algún lugar distante de su cabaña, y encontró a su esposa enferma, delirando por culpa de la fiebre. No había un sólo médico en muchas millas a la redonda; tampoco tenían vecinos. No estaba ella en un estado que permitiese dejarla sola para ir en busca de ayuda, por lo que Murlock se dio a prestarle los cuidados debidos. Al tercer día, empero, la mujer perdió el conocimiento y falleció poco después sin volver a recuperarlo. Gracias a lo que sabemos de un carácter como el de aquel hombre, podemos atrevernos a interpolar algunos detalles en el esbozo del cuadro hecho por mi abuelo. Cuando comprobó que estaba irremisiblemente muerta, Murlock conservó la calma necesaria, a pesar de su dolor, para recordar que los muertos deben tener entierro, y no sólo eso, sino que deben ser preparados para recibir sepultura. Pero al tratar de llevar a cabo un deber tan sagrado, se equivocó repetidamente; hizo unas cuantas cosas mal, y las que hizo bien, simplemente, las repitió. Sus fracasos en cosas sencillas y comunes no dejaban de sorprenderle, como el borracho que se asombra ante la aparente suspensión de las leyes naturales conocidos, como la del equilibrio. Se sorprendió igualmente de no haber llorado una sola lágrima al verla muerta, a pesar del gran dolor de corazón que sentía, una sorpresa en la que había mucho de vergüenza, pues al fin y al cabo puede que no resulte un detalle, una demostración de cariño.—Mañana —dijo Murlock en voz alta, como si quisiera convencerse— tendré que hacerle una caja y cavar la tumba; entonces la extrañaré más, cuando ya no pueda verla. Ahora está muerta, pero ha dejado de sufrir. La situación no puede ser tan terrible, por ello, como parece. De pie junto al cuerpo de su esposa, en la luz que se desvanecía, la peinó mecánicamente, con un cuidado desprovisto de voluntad. Mientras lo hacía corría por su conciencia, como un torrente subterráneo, la convicción de que las cosas sucedían de la manera más natural, de que todo iba según debía, de que el hecho de tenerla a su lado, aunque muerta, explicaba su aparente tranquilidad. En realidad, no sabía cuán fuertemente le había golpeado la pérdida de la esposa. Esa noción, esa conciencia de su dolor, le llegaría después para no abandonarlo ya nunca. La pena es que un artista que maneja poderes tan diversos como los instrumentos de los que se vale para ejecutar la marcha fúnebre, evocando en algunos seres las notas más brillantes y agudas y en otros los más suaves y graves, esas que vibran de manera recurrente, como el ritmo que marcan los tambores. Algunos espíritus, en un trance doloroso se sobresaltan; otros quedan estupefactos, sin capacidad de reacción. A algunos un trance doloroso como el de Murlock les llega cual si la herida de una flecha se tratase, una herida que irrita y alerta toda su sensibilidad, agudizándosela; a otros, como un mazazo que al aplastar insensibiliza. Podemos suponer que Murlock se vio afectado de esta manera, ya que —y en esto tenemos certezas, no hacemos conjeturas— apenas hubo terminado su piadoso trabajo, se dejó caer en una silla junto a la mesa de la cabaña, donde había puesto el cuerpo de su mujer, y notando cuán blanco parecía su perfil en la espesura de las sombras de la tarde, puso los brazos sobre el borde de la mesa y se dejó caer entre ellos, con los ojos sin derramar aún una lágrima, pero completamente exhausto. Entonces llegó a través de la ventana abierta un sonido largo y sollozante como el grito de un niño perdido en lo más hondo del bosque... Aquel bosque que empezaba a sumirse en la oscuridad. Mas el hombre no se movió. Otra vez, más cerca que antes, se dejó sentir aquel grito ultraterreno. Quizá fuese una bestia del bosque. Quizá fuese un sueño. Murlock agotado, se había quedado dormido. Horas después, como se llegó a saber posteriormente, el que velaba el cadáver de manera tan descuidada despertó, y levantando la cabeza de entre sus brazos escuchó con atención, sin saber por qué lo hacía... En la negra oscuridad que se hacía alrededor de la muerta, recordando cuanto había pasado, aunque sin sobresaltarse por esa constatación, esforzó sus ojos para ver no sabía bien qué... Tenía los sentidos alerta, la respiración entrecortada; la sangre, detenida en su circulación, parecía ahondar el silencio... ¿Quién se le había aparecido? ¿Qué le había despertado? ¿Dónde estaba? Repentinamente, la mesa tembló bajo sus brazos; justo en ese momento escuchó, o creyó oírlo, un paso suave y otro y otro... Los pasos de unos pies descalzos. Aterrorizado e impotente para gritar entonces, o para moverse siquiera, tuvo que esperar y así lo hizo, en la más completa oscuridad ya, a lo largo de un tiempo que fue como siglos de terror. Intentó decir en vano, alargar las manos para tocarla, para comprobar si seguía allí. Creía haberse vuelto mudo. Sus brazos y sus manos parecían de plomo. Lo que sucedió fue realmente espantoso. Algo sumamente pesado pareció caer sobre la mesa, de forma tal que ésta, estrellándose contra su peso, a punto estuvo de tirarlo al suelo de espaldas; mientras, se oyó y sintió la caída de algo al suelo, con un golpe tan violento que toda la casa pareció sacudida por el impacto. Sucedió a todo aquello algo parecido a un forcejeo y una confusión de sonidos difíciles de describir. Murlock consiguió ponerse de pie. El pánico se había apoderado por completo de sus fuerzas. Haciendo un esfuerzo en verdad denodado, consiguió poner las manos sobre la mesa. Y comprobó que estaba vacía.Hay un extremo en el que el terror puede llevar a la locura; y la locura incita a la acción. Sin un propósito firme, sin otro motivo que no fuese el desorientado impulso de un loco, Murlock se lanzó contra la pared, con alguna dificultad logró hacerse con su rifle y lo disparó repetidamente a un lado y a otro, sin preocuparse de hacia dónde apuntaba. A la luz de los fogonazos que salían de la bocacha del arma con cada tiro vio un felino salvaje y enorme que arrastraba a la muerta hacia la ventana, con los colmillos clavados en su garganta. Después, la oscuridad más negra que antes; y el silencio aún más hondo. Cuando volvió en sí el sol estaba alto y el bosque resonaba con los cantos de los pájaros.El cadáver de la esposa yacía cerca de la ventana, donde lo había dejado aquella bestia cuando huyó asustada por los disparos del rifle de Murlock. La muerta tenía desordenadas las ropas y completamente despeinado el cabello. Mostraba un desmadejamiento absoluto, había manado sangre hasta hacer un charco. Sus diente sostenían aún un pedazo de oreja de la fiera. Ambrose Bierce.